martes, 1 de noviembre de 2011

Quien con niños se acuesta cabreado se levanta

Y no es que lo diga por la mía...¡es una santa! sino por los monstruos de dos piernas que no saben hacer otra cosa que emitir ruidos desde lo más profundo de su paladar (que no de su interior porque lloriquean, no lloran con sentimiento) y dan golpes en las paredes con cualquier instrumento que sea lo suficientemente grande para hacerse notar en su casa y en la de los vecinos. Lo malo es cuando analizas a los niños...y te preguntas ¿porque esos seres del demonio son así? ¡¡no tienen recorrido en su corta vida para ser tan capullos!! Efectivamente...es una cuestión de genes. Si la madre sube los escalones como un caballo potrenco, el padre cierra las persianas como si echara el cierre en la pescadería y ambos cierran la puerta de su casa como si tuviesen 15 años y se hubiesen enfadado con sus padres dejando clara su posición de adolescentes enfermizos, no hubiera salido un pequeño ser con aspecto angelical de ricitos negros y ojos azules como platos que es lo más parecido a la hermana que Damien nunca pudo tener en La Profecía. Luego tenemos a los mismos hijos de Leviatán. Dos almas con aspecto de muchachos de pueblo un poco agrestes (que perfectamente podían ser los hijos del Tio La Vara), niño y... ¿niña?...por el nombre sí. A estos al menos ya los ves venir, y te lamentas por los padres...él seguro que se ha cortado las Trompas de Falopio por no cortarse las venas. Ella, claro, está delgada y esbelta ¡para no! delgada del estress que soporta y esbelta porque tiene que contener a los dos carneros silvestres que viven en su portal...en el de Belén.

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